8.9.08

Consumismo, despilfarro

Podría haber escrito esto en Navidad, época en que el tema es recurrente. Cuando casi todos los medios de comunicación lo tratan cíclicamente hasta convertirlo en algo manido, un tópico, una letanía que acaba perdiendo efecto. En esos días en que se desperdicia tanta comida en “tantas comidas”.

No entiendo que la gente se queje del atracón de esas fechas pero siga asistiendo a comidas sin fin. Me parece un parloteo sin sentido; una especie de autojustificación o vacuna mental contra el borreguismo aceptado y -casi podríamos decir que anhelado- a las que se sigue asistiendo a pesar de las ulteriores y también cíclicas quejas sobre el “atracón” y sus consecuencias.

Pero no es eso lo que motiva hoy mi crítica, ni siquiera la borrachera de regalos de esos días.

No. Me quiero referir al consumismo diario, ordinario, habitual; o que se ha convertido en habitual. Por ejemplo ¿cuántos bolígrafos que nunca gastaré tengo en casa procedentes de propaganda, asistencia a cursillos, jornadas, eventos…? ¿y carpetas?. Y lo peor es que todo este derroche muchas veces está propiciado, financiado, por quienes critican la explotación del Tercer Mundo, etc…

Aquí tenemos todos los lápices que nunca podremos gastar en toda nuestra vida y los niños egipcios o cubanos sueñan con un lápiz. Y no hablemos de camisetas, mecheros, etc… Un derroche, una injusticia que clama al cielo; el saqueo del planeta para que la gente (los del Primer Mundo) no valoremos lo que tenemos. Porque el exceso (lo superfluo, lo fácil) no se valora. Solo damos valor a aquello que nos cuesta conseguir. He aquí la infelicidad que nos invade; que arrasa al ”Mundo Desarrollado”: como no nos cuesta nada disponer de cualquier posesión no la valoramos; y nos sentimos infelices, cebados, pero incapaces de disfrutar de todo lo que disponemos. Y esto es una condena; una condena que nos hemos impuesto nosotros mismos, o al menos a la que nos hemos resignado inconscientemente (o no tan inconscientemente…)

Espero que no estemos viviendo unos nuevos “felices años 20”. Porque no quiero unos terribles ’30 o ’40 (por mi hija, sobre todo).