22.7.13

Marea de información ¿cómo llegar a tierra y tener tiempo de vivir?


Desde hace tiempo les vengo diciendo en broma a mis amigos que yo, cuando entro en Internet, no navego, sino que naufrago. Porque sé de dónde parto (lo que busco, lo que quiero) pero no donde acabaré. En esta navegación los cantos de sirena son tantos, tan diversos y atractivos que uno acaba perdiéndose  en la telaraña del conocimiento (o  “información”, que ya no lo tengo tan claro).

Pero no toda la responsabilidad de la zozobra corresponde a la Red. En mi revistero se almacenan publicaciones periódicas gratuitas y de pago, que resultan imposibles de “gestionar” (léase leer, seleccionar, desechar/aprovechar). También son cantos de sirena.

Es como si uno hubiera pedido un deseo: “estar informado” y un genio burlón lo hubiera hecho realidad (no querías información: ¡ahí tienes!).

Ya sé que “información” no es “conocimiento”, pero difícilmente se puede llegar al conocimiento sin un mínimo de información.

Lo ideal para mi sería poder retirarme a algún lugar aislado acompañado de un buen libro. Al abrigo de la trepidante información que circula por las redes sociales (FB, Twitter…) pero, al leerlo, ¿no sentiré la tentación de saber más cosas sobre su autor/a?

¿Alguien me ayuda al respecto? ¿algún consejo? ¿alguien me puede decir qué hago con mis recortes de periódico?. De veras que mi S.O.S. es sincero.

P.D. 1: escribo esto mientras cientos de emails esperan que al menos los lea.

P.D. 2: qué cantidad de papel (periódicos) obtenemos a tan bajo precio.

La imagen procede del blog MIRAR, PENSAR Y CREAR


7.7.13

DESPEDIDAS (verano 2013)



Se han cumplido cuatro años de mi traslado voluntario al IES Medina Azahara. Y también 4 años de mi participación en su programa bilingüe. Llegué a este centro en septiembre de 2009 y me hice cargo del grupo de 1er. curso de la ESO bilingüe. Eran pequeños muy educados y cariñosos que compartían conmigo el llegar a un sitio nuevo, desconocido, nada familiar.

Hace un par de semanas me despedía de ellos: habían terminado con éxito 4º de la ESO poniendo punto final a una etapa, una época. Posiblemente ya solo coincidiré con ellos y ellas en los pasillos, o en alguna guardia. Ahora han crecido y a menudo casi me doblan en estatura. Les deseo un buen futuro en el que no falte su dimensión humana.

Unas semanas antes de que el curso acabase tuvieron la tentativa de invitarme a su cena de “graduación”, ese rito de paso importado de Norteamérica que se va colando en nuestra cultura. No me negué a asistir (el corazón me puede) pero, al pedirles la fecha, les expliqué que para nosotros los profesores el mes de junio era un mes muy duro: desde el punto de vista profesional al económico pasando por el afectivo. En lo profesional por la acumulación de tareas que se produce: elaboración y corrección de infinidad de exámenes, sesiones de evaluación y burocracia (el trabajo “invisible”). En lo económico porque las despedidas han ido multiplicándose como setas, sobre todo para los que tenemos cierta edad y acumulamos (gratamente) buenos compañeros/as y amigos que se van jubilando; o promociones de antiguos buenos alumnos que te invitan a una reunión después de muchos años. En lo afectivo porque es época de despedidas: compañeros que se trasladan, alumnos que parten a la universidad o a otras etapas o centros, a los que posiblemente nunca volverás a ver. En definitiva, una separación, como es el caso que me ocupa; un trocito de ti que se va, que se pierde…

Por suerte no insistieron en lo de la cena, de la que luego tuve noticia a través de la redes sociales. Hicieron bien en no insistir en invitarme porque, a fin de cuentas ¿qué pinta una persona adulta entre jóvenes deseosos de hablar de sus cosas sin trabas?. Les agradezco su detalle de no insistir y me alegra el que lo pasaran muy bien.

A lo largo de estos cuatro años ha habido ratos buenos, regulares y malos; las cosas han ido cambiando; pero la convivencia deja huella.

Las Cármenes, Marías, Pablos o Carlos… (por no aburrir a nadie con una lista que me sé de memoria) tienen un hueco en mi corazón. Y aunque crezcan, coronen sus estudios y lleguen a ser buenos profesionales, para mí siempre serán aquellos pequeños amables, graciosos y aplicados que llegaron a un sitio nuevo, como yo.