Torre junto a la barbacana (Cracovia)
A pesar de las adversidades he tenido la suerte de poder viajar unos días a Polonia, un país que casi podríamos considerar hermano. La suerte ha sido doble porque lo he hecho guiado por el amigo Alberto, quien se ha encargado de todos los preparativos, me ha animado y ha oficiado de inmejorable guía. Un privilegio.
Salimos de Córdoba un lunes por la mañana y volvimos el domingo siguiente por la noche. En total cuatro noches en Cracovia y dos en Varsovia, ciudad ésta en la que fuimos agasajados por la atenta compañía de Anna y Marek, amigos de Alberto.
Lo que he visto del país me ha fascinado. No solo su nivel de desarrollo económico que está cercano al español, sino por su belleza, la limpieza de calles y edificios y la laboriosidad y simpatía de sus habitantes.
Cracovia goza de un extenso y bien cuidado casco histórico rodeado de un cinturón verde que ocupa sus derribadas murallas, una idea que hubiera sido de agradecer en Córdoba, por ejemplo. Un paraíso del peatón y del ciudadano al que suma el frecuente uso de la bicicleta y otros medios de transporte ecológicos (tranvía, coches turísticos eléctricos…). En esta ciudad nos alojamos en el hotel Francuski, un estupendo hotel de resonancias proustianas situado en la calle San Juan, que lleva directamente a la plaza del Mercado medieval (la más grande de Europa según dicen). En el otro extremo del casco histórico (el sur) se levanta el castillo de Wawel, que recorrimos guiados por una magnífica profesional que nos dedicó con entusiasmo casi 3 horas. Wawel es un mundo. Allí se puede disfrutar de excavaciones arqueológicas, construcciones defensivas, salas palaciegas, una catedral y, todavía, la Dama del armiño, obra de Leonardo que tuvimos la suerte de disfrutar en una sala con un número contado de personas. Almorzamos en uno de los restaurantes del mismo castillo, donde pedimos por primera vez platos tipicamente polacos: bigos y pierocki.
Por la noche acudimos a un café fundado por un artista y recomendado por una guía llamado El Antro de Michalik. Pedimos nuestra consumisión mientras tomábamos algunas fotos y constatábamos que de antro solo le quedaba el nombre, porque entre su escueta clientela predominaban las familias. Más tarde tendríamos ocasión de comprobar que los verdaderos antros se encontraban mucho más cerca. Y que en la noche, aquellas calles discretas y elegantes dominadas siempre por una o varias iglesias, se convertían en animados lugares de sensual esparcimiento.
Una de las mañanas de nuestra estancia en Cracovia la dedicamos al barrio judío (Barrio de Casimiro o Kazimierz) en el que visitamos tres de sus sinagogas: la Sinagoga Alta (en un primer piso), la Vieja y la Sinagoga Remu que cuenta con un cementerio anejo y en la que tuvimos que cubrirnos con kipá. También comimos en un cercano restaurante judío recomendado por Anna.
La estancia en Cracovia solo estuvo levemente empañada por dos frustraciones: el viaje en barco hasta el monasterio de Tyniec y la iglesia de Santa Ana, que tanto se nos resistió, debido a sus continuas misas.
Despachar Cracovia en cuatro pequeños párrafos no solo es inexacto sino injusto, de modo que habría que hablar de muchas otras cosas como sus iglesias, el monumento a la batalla contra la Orden de los Caballeros Teutones, la leyenda del cuchillo del mercado, o el dragón-dinosaurio de Wawel…pero eso son “otras historias” que merecen espacio propio.
El río Vistula a su paso por Varsovia
Frente al “recogimiento” de Cracovia la sorpresa nos asaltó al ver Varsovia. Es cierto que la ciudad está totalmente reconstruida tras la II Guerra Mundial, cuando fue arrasada por las tropas nazis, pero su reconstrucción le ha valido justamente el reconocimiento de la UNESCO. Su casco histórico es muy reducido en comparación con Cracovia, pero sus abundantes parques y amplias calles se extienden a lo largo de kilómetros. Allí visitamos palacios, jardines y murallas medievales, además de asistir a la proyección de un documental sobre el alzamiento en 1944. Por la tarde acudimos al museo Chopin y bien entrada la noche asistimos a un concierto dentro del Festival Chopin que se celebra cada cinco años. Un broche final inmejorable.
Por la mañana Anna y Marek tuvieron la deferencia de llevarnos al aeropuerto; de allí aterrizamos en Barcelona con breve escala para comer en La Perla y después el AVE hasta Córdoba.
En fin, un viaje que me gustaría repetir porque Polonia me ha parecido un lugar magnífico: belleza, amabilidad y eficiencia nórdicas a precio mediterráneo del sur (I’m sorry…!).