24.8.15

Benalmádena-Torrox-Nerja (2015)


Calle de Torrox

Mi semana de viaje, en gran parte recordatorio del que hice hace casi 40 años, comenzó en Benalmádena junto a buenos amigos. Recuerdo mi viaje a esta localidad malagueña cuando mi hermano Pepe y yo fuimos al Tívoli gracias al transporte gratuito que nos ofreció el amigo y compañero de oficina Fernando París. Dormimos en su coche. Y una noche de ese verano de 1974 o 1975, con 17 o 18 años (no recuerdo con exactitud) vimos un anuncio que indicaba “Aquarius”, y como nunca habíamos visto ese tipo de zoo de peces, nos lanzamos en su búsqueda. Al final, y después de recorrer calles desiertas de lo que parecía una urbanización, nos dimos cuenta de que el tal Aquarius no era sino un edificio de que formaba parte de un complejo urbanístico con nombres de signos del zodiaco.

Esta vez no he buscado tal construcción, entre otras cosas porque Benalmádena-Costa ha crecido mucho desde entonces. Tampoco he vuelto a visitar el parque de atracciones Tívoli, que tampoco me atrae, visto lo visto, como me ocurrió con su casa matriz de Copenhague.

El apartamento del amigo que me hospedó allí resulta muy agradable y luminoso, todo rodeado de un jardín con piscina y edificaciones de baja altura con muchas zonas verdes y arbolado. Allí hablamos de libros, filosofía y recuerdos. Dimos paseos y llegamos hasta Puerto Marina, donde comimos en buen restaurante italiano a la vista de muchos barcos, atracados o saliendo y entrando al embarcadero rodeado de edificios que se pueden calificar de “sandokanianos” por su pretenciosa estética ecléctica y pseudo-gaudiniana. Un verdadero homenaje al mal gusto.

Dos días después partí para seguir mi itinerario recordatorio. Me alojé en Torrox-pueblo, dónde, por el precio del hotel y su situación estratégica, creí que era ideal para mis fines.

El pueblo me pareció estupendo: bonito y limpio. Y el hotel rural (Al Andalus), gestionado desde hacía poco tiempo por una familia holandesa (creo), resultaba muy agradable. La pulcra localidad estaba ornamentada en algunas fachadas por azulejos que rememoraban su historia, además de señales que indicaban que forma parte de la “Ruta de Almanzor”, cuya existencia desconocía.

Ruta de Almanzor

Todo allí era tranquilidad, dónde parece haber una numerosa colonia de alemanes. Me chocó el que los nativos no te saludasen por las solitarias calles mientras sí lo hacían los extranjeros. En algunas tiendas de comestibles vendían higos chumbos (había muchas chumberas en los campos de los alrededores) y una vendedora ofreció uno gratis para degustarlo. Al verla pelarlo a mano, sin guantes, le pregunté si no pinchaba y me rebeló que sometidos al agua no lo hacían. Vi también una casa antigua  cercana al hotel (que lamentablemente no fotografié) dónde se ofrecían libros gratis en varios idiomas; me hubiera gustado charlar con quien la regentaba, pero la flojera que me dominaba esos días lo impidieron. Creo que pesó más mi necesidad de reposo o de liberarme de obligaciones.

En la plaza principal del pueblo, donde se encontraba su ayuntamiento, fue donde comí la mayoría de las veces, a pesar de que las sombrillas de las 4 o 5 terrazas no mitigaban suficientemente el sofocante calor (corroborado por los chinos de un bazar cercano que, para sorpresa mía entablaron conversación preguntándome de donde venía y al responderles me contestaron que habían trabajado en Córdoba y sabían de su calor). En fin, una “plaza dura” de esas que tanto se llevan ahora en Andalucía y en la que el segundo día empezaron a colocar unas estructuras de las que colgaron multitud de paraguas de diversos colores (algo parecido a los que se hizo en la calle Imágenes de Córdoba hace pocos años). Preguntando a los lugareños sobre el objetivo de la instalación, muchos titubearon y mientras unos decían que se trataba de una decisión del nuevo alcalde, otros opinaban que se trataba de darle color y sombra a la plaza. Fue curioso cuando estaba comiendo en la plaza y se levantó un  vendaval (de aire caliente, eso sí, y cayeron algunos paraguas al suelo, de modo que algunos nativos presentes se lanzaron a recoger esos paraguas como trofeo… incluso estuve tentado de comprarles alguno de ellos como recuerdo!…)

Almanzor entre sombrillas

En la misma plaza había dos esculturas: una dedicada al “Miguero” (que se me olvidó fotografiar) y otra a Almanzor. Por curiosidad pedí para comer uno de los días “migas de Torrox”, pero no fueron gran cosa; eran sosas y parecían grumos de harina cocidos y/o poco fritos adobados con poco chorizo y unos gajos de naranja. Los camareros de aquellas terrazas pecaban de una gran desidia y me dio la impresión de que hablaban más como los “granaínos” que como malagueños. Su desánimo, su fastidio en servirte, me recordó a los hosteleros almerienses y, sobre todo, a nuestra primera estancia en Las Alpujarras (Pitres) en los años 80, donde cada vez que solicitábamos una compra o un servicio todos se excusaban diciendo que ellos no se dedicaban realmente a “eso”. 

La visita a las cuevas de Nerja (otro de los objetivos de rememoración) resultó un fracaso, pues había una larga cola (casi de 1 hora) a pleno sol y con el calor reinante. Así que renuncié y me encaminé a Nerja para visitar el Balcón de Europa, del que tan gratos recuerdos guardaba.  El Balcón parecía no haber cambiado, con excelentes vistas a las estupendas calas de la localidad, aunque como novedad habían incorporado una escultura (de esas junto a las cuales las gentes gustan de fotografiarse) de Alfonso XII, quien visitó el lugar en 1885 y le dio nombre. El paseo o explanada junto al Balcón sigue siendo muy agradable, con muchas terrazas en una de las cuales, con ventiladores pulverizando agua, disfruté de una merecida cerveza. El casco antiguo lo encontré extenso y agradable, limpio y con calles entoldadas de triángulos blancos y muchas tiendas de todo tipo. La odisea fue el volver a encontrar el aparcamiento donde dejé el coche, y todo debido a una confusión (me temo que provocada) por su nombre. Estuve dando vueltas en un dédalo de calles hasta que un empleado de un taller mecánico me aclaró que existían dos parkings con el nombre de “Balcón de Europa” y que el que yo buscaba se apedillaba  “Carabeo”. En fin, que una vez encontrado y con los pantalones cortos bañados en sudor volví a Torrox-pueblo, donde, después de comer me refugié en el aire acondicionado del hotel.

Alfonso XII en el Balcón de Europa

Una de esas noches bajé a Torrox-Costa en taxi (9 €), donde se encontraba otro de mis objetivos pues fue allí donde pasé unos días en 1976. Aquello ha crecido enormemente, con un paseo marítimo extenso y muy animado. Pude acercarme al faro que recordaba y descubrí junto a él un mirador de hechura “calatraviana” que me pareció algo chirriante, aunque bajo su suelo de cristal rayado por las pisaduras se podía apreciar una antigua necrópolis (creo que romana) a pie de playa. Y ya de regreso en busca de un taxi descubrí la residencia o albergue de colonias donde en 1976 pasé tan buenos momentos con mi primo Pepe Álvarez, Flora y otra gente muy “salá”.

El calor, mi gusto cada vez menor por conducir, la apremiante necesidad de reposo y lo escaso del tiempo me hicieron desistir de otros lugares que tenía previsto visitar, como Salobreña, Almuñécar y Torrenueva, en la que me hubiera gustado volver a ver a mis amigos A. Suárez y Casi.

El último día incluso renuncié a visitar la cercana Frigiliana (que desconozco) y hacer allí la pequeña ruta de senderismo que ya tenía trazada por su Parque Natural. De modo que me quedé en Torrox relajándome y procurando estar al abrigo del calor.

Al día siguiente vuelta a Benalmádena para reencontrar a mis amigos, con quienes volví a Córdoba tras pasar la noche allí.

Regresar cuesta trabajo cuando lo has pasado tan bien, pero la compañía de esos amigos en el retorno resultó un bálsamo de cara a volver a la “Olla omeya”, según expresión de una buena amiga. 

He dejado testimonio del periplo en varias redes sociales (Instagram, Facebook…) Pero la mayoría de las fotos que hice se pueden ver AQUÍ.