28.4.18

VIAJE A MARRUECOS (I)


Vista parcial de la medina de Fez

Era mi primer viaje a este país tan cercano. Y ello debido a diversas circunstancias. Me hubiera gustado que fuese con un guía experimentado. Y no me faltan amigos para ello; simplemente el azar quiso que no fuese así.

De modo que lo afronté a solas, aprovechando un vuelo barato desde Sevilla, aunque bien pertrechado de libros, planos y consejos de amigos curtidos en muchos viajes a este país. Y también por otras razones.

En fin, que el primer día de periplo viajé a Sevilla en tren, y desde la estación de Santa Justa me trasladé al aeropuerto en el autobús que cubre esa línea. Y allí, al facturar, sufrí la “1ª clavada”: 40  € por la maleta que yo creía iba incluida en el billete de ida y vuelta. A la vuelta ídem: otros 40 “leros”, con lo cual el viaje de la maleta costó más que el mío sentado (60).

Al llegar al bello, funcional y moderno aeropuerto de Fez, y tras pasar exhaustivos controles policiales, el taxista enviado por el hotel a petición propia, me estaba esperando con i nombre escrito en un folio. Me trasladó hasta Dar Zyat, una puerta de la medina y, como estaba lloviendo, se esperó hasta que llegase el operario del hotel, Muhammad, con el que tan buenas migas hice dada su servicialidad, amabilidad y laboriosidad. Cargó con mi pesada maleta entre laberínticas callejuelas bajo la lluvia.

Aeropuerto de Fez (exterior)

 Aeropuerto de Fez (interior) 
                                                                                                                                                       
A la llegada me ofreció un exquisito té con menta totalmente gratis. Luego me llevó a instalarme en mi apartamento, que afortunadamente se encontraba en la 3ª planta del edificio, y daba a la terraza desde las que había maravillosas vistas de la medina de Fez (al parecer el espacio peatonal más grande del mundo). Después de tomar algunas fotos sobre las vistas, decidí salir a tomar algo. Pero cuando bajé a la recepción-sala de estar-comedor, no había nadie del personal del hotel, pero la puerta del establecimiento estaba abierta. Esperé allí y de pronto apareció un operario desconocido al que le pregunté quién me podía atender. Me dijo que Mohammad volvería “en 5 minutos”. Esperé largo rato y nadie aparecía. Entretanto un matrimonio italiano con un niño pequeño salió y comentó que iban a cenar a una pizzería. Después llegó un momento en que me desesperé.

Y esa fue mi perdición, sin duda debida a mi impaciencia y falta de prudencia (aunque estaba sobradamente advertido) que me hicieron lanzarme a la laberíntica medina. Empezaba a anochecer y traté de seguir la ruta que había tomado el matrimonio italiano, pero me encontraba totalmente perdido en aquel dédalo de callejas y adarves. Y en esas me abordó un adolescente que me preguntó si podía ayudarme; le dije que sí, acordamos el precio y lo que buscaba. Aceptó pero en el ulterior desarrollo el chico no sabía encontrar el sitio que quería, de modo que fue preguntando al respecto a otros jóvenes que había por las calles y que se fueron agregando como “guías”.  

Al final me condujeron a casa de uno de ellos que dijo que me podía proporcionar lo que buscaba: una cerveza. Allí, una casa en obras en oscuro y estrecho pasillo, me ofrecieron té y otras sustancias que decliné, y aunque insistí en que me diesen lo que iba buscando, primero me insistieron en que fumase del canuto que rápidamente liaron y, ante mi insistencia, me trajeron un bebedizo blancuzco y extremadamente salado. Solo tomé dos sorbos y les dije que me quería ir; tenía miedo y lo único que anhelaba era volver a la seguridad del hotel. 

No sin refunfuñar y regatear, salimos de la casa y me dejaron en la que ellos decían era calle de mi alojamiento. Seguí adelante y el hotel no aparecía; otra vez estaba perdido... Por suerte, todo se arregló a base de regateo y más dirhams.

Al llegar al hotel me recibió su gerente, que me preguntó que había ocurrido. Cuando se lo conté se echó las manos a al cabeza y acusó mi imprudencia. Alegué en mi favor que había estado esperando más de 1/2 hora en el hotel sin que apareciese nadie; se excusó diciendo que estaban en la oración de la tarde-noche y me obsequió con una botella de agua que pensaba comprar. Al día siguiente tuve noticia (y me consta) de que fue a buscar a los chicos y los reprendió para que no se acercasen al hotel ni molestasen o “guianse” a sus clientes.

Esa misma noche contraté en el establecimiento un guía para que me enseñara la medina en la mañana del día siguiente.



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